Dr.Enrique Robertson Álvarez.
Médico psiquiatra y neurólogo nacido en Temuco y residente en Bielefeld,Alemania.
Mi estimado
Enrique Robertson Álvarez, médico siquiatra Chileno y Temuqueño,(perdón por
ocupar el gentilicio original de la ciudad de Temuco),afincado en la ciudad
Alemana de Bielefeld y autor de un celebre artículo sobre Pablo Neruda llamado
“El Enigma Inaugural”,me ha hecho llegar un breve cuento titulado : “El caso de
la Reina de la Primavera (Sherlock
Holmes y el poeta laureado)” ,después de leerlo he comprobado que entre Pablo
Neruda y Sherlock Holmes tenían (y tienen ) más de una cosa en común, primero,
ambos existen por la palabra escrita y
seguirán existiendo por esta,en segundo lugar los dos existieron (y existen) en
una permanente lucha vital con sus creadores, en una dualidad eterna ; por
un lado Sherlock-Doyle,(el personaje y su creador) y por otro
,Neruda-Reyes,(el poeta y su nombre original ) .
Le cuento al Dr. Robertson por teléfono que estoy desarrollando un artículo sobre el nombre que adopta el poeta en 1920,no en el sentido que tan brillantemente desarrolla él en su artículo sino a través de los fríos datos históricos que ha veces arrojan mucha luz sobre las intenciones de los personajes.Pero el tema da para mucho más …lo cierto es que realidad y ficción tienen más puntos de unión que los esperados,(otro alcance de su “ficción”,nombra en su relato a tres lagos de la zona austral de Chile,Baker,Hudson y Lynch,¿curioso no? ,lo menciono al pasar por una idea muy simple, el concurso de marras que supuestamente debería investigar Sherlock Holmes se da en los momentos en que Gabriela Mistral vive en Temuco y se relaciona con el poeta y con Orlando Mason, recordemos que ella provenía en ese momento desde la zona austral, más precisamente desde Punta Arenas,region donde existen varios lagos con nombres semejantes a los mencionados en la historia de Holmes,... dejémoslo ahí….).
Le cuento al Dr. Robertson por teléfono que estoy desarrollando un artículo sobre el nombre que adopta el poeta en 1920,no en el sentido que tan brillantemente desarrolla él en su artículo sino a través de los fríos datos históricos que ha veces arrojan mucha luz sobre las intenciones de los personajes.Pero el tema da para mucho más …lo cierto es que realidad y ficción tienen más puntos de unión que los esperados,(otro alcance de su “ficción”,nombra en su relato a tres lagos de la zona austral de Chile,Baker,Hudson y Lynch,¿curioso no? ,lo menciono al pasar por una idea muy simple, el concurso de marras que supuestamente debería investigar Sherlock Holmes se da en los momentos en que Gabriela Mistral vive en Temuco y se relaciona con el poeta y con Orlando Mason, recordemos que ella provenía en ese momento desde la zona austral, más precisamente desde Punta Arenas,region donde existen varios lagos con nombres semejantes a los mencionados en la historia de Holmes,... dejémoslo ahí….).
De paso, leyendo el cuento, la memoria me trae el nombre de “La Casa Inglesa”,casa comercial en
la calle Benjamín Vicuña Mackenna entre las calles General Lagos y Antonio Varas,
por el costado poniente ,donde hoy hay
pequeños locales comerciales y un estacionamiento de autos.Esa casa comercial
tuvo de gerente a un señor de origen inglés de apellido Holmes,en verdad se
llamaba Alejandro Holmes , que en algunos documentos de la época figura
con el apellido OLMES SIN LA h y que ,como gerente de esta casa comercial se
vio involucrado en un luctuoso suceso por el incendio de su tienda el día 13 de noviembre de 1913,a las diez y media de la noche.Esta se
ubicaba frente a la gran casa comercial de Temuco en esos años, la Casa Altamirano y en lo que era desde principios del siglo XX,el centro comercial de Temuco,la calle Benjamín Vicuña Mackenna.La Casa
Inglesa se encontraba a cargo de Guillermo Forrester en un edificio de Lataste
y Nieldbasky,como dato curioso podemos decir ,que en las casas interiores de
ella vivía Alejandro Ramirez,jefe de la
policía de Temuco..Los edificios adyacentes eran :la zapatería y Talabartería
de los señores Lataste y Nieldbasky y el Emporio del Té de Francisco Croxatto.Este
es un dato real del año 1913 que da cuenta de los vericuetos en que la historia
se escabulle a través de la ficción y viceversa.
La calle donde
vivió Alejandro Holmes en Temuco.Vista de la calle Benjamín Vicuña Mackenna,entre Antonio
Varas y Claro Solar,al lado izquierdo del observador u oriente de la foto los
grandes hoteles de la ciudad y la Casa
Altamirano,al lado derecho o poniente de la foto,la casa
Menzel,que todavía sobrevive en la esquina de Vicuña Mackenna con A.Varas,luego la joyería de Otto Schmidt,el primer edificio de material de la
ciudad y el sitio donde estaría la Casa Inglesa de Alejandro Holmes.Al fondo se ve
la silueta de los imponentes edificios de los hermanos Lataste.
Incendio en la Casa Inglesa.La noticia del diario La Época del 14 de noviembre de 1913.
El cuento lo sitúa
a mediados de los años cincuenta, cuando también Neruda tendría unos
cincuenta años y nos enfrentamos a dos misterios dignos de Holmes ;uno, la
desaparición del poema ganador del concurso y segundo, la desaparición de
la identidad misma de la reina de la primavera que nadie sabe quien es.Me
parece interesante primero por que el profesor de castellano que en el cuento investiga
este suceso lo hace a través de las relaciones personales del poeta y se da
cuenta que nadie quiere colaborar, lo mismo pasa con el caso de la reina, aquí
nuevamente la ficción se acerca a la realidad, la memoria y la historia se
mantiene por las personas, pero si estas quieren olvidar ¿cómo serán
recordados los sucesos?,interesante dilema,el mismo que enfrenta el investigador al tratar de reconstruir la vida del poeta en la ciudad de Temuco.
Hay una frase de peso histórico en el cuento y es la siguiente, referida a la poesía perdida,el narrador dice que no hay rastros de ese poema :"cómo si esa poesía nunca hubiese existido”.Esa es la gran verdad histórica que emana de este cuento, nadie en ninguna parte dice que el premio se le da a un poema, el premio si lo gana Neftalí Reyes,pero aquí la historia se cobra venganza del detective…pero dejémoslo ahí, disfrutemos de este cuento tan fácil de leer y esperemos que el famoso detective venga desde Londres a interrogar a este humilde escribiente y aclare desde la perspectiva histórica , el misterio de la Reina de la Primavera del Temuco de 1920.
Pero antes una imagen que nos muestra la presencia de Holmes en Temuco,como uno de los primeros héroes cinematográficos equivalente a lo que es hoy en día Batman o Robocop :
En la edición del 16 de noviembre de 1913 del diario La Época de Temuco se entrega la noticia sobre la detención del señor "Olmes"sin la "H" con la cual aparecía en la noticia del día 14 de noviembre .Cosa muy común en esos años sobre todo con los apellidos europeos.
Hay una frase de peso histórico en el cuento y es la siguiente, referida a la poesía perdida,el narrador dice que no hay rastros de ese poema :"cómo si esa poesía nunca hubiese existido”.Esa es la gran verdad histórica que emana de este cuento, nadie en ninguna parte dice que el premio se le da a un poema, el premio si lo gana Neftalí Reyes,pero aquí la historia se cobra venganza del detective…pero dejémoslo ahí, disfrutemos de este cuento tan fácil de leer y esperemos que el famoso detective venga desde Londres a interrogar a este humilde escribiente y aclare desde la perspectiva histórica , el misterio de la Reina de la Primavera del Temuco de 1920.
Pero antes una imagen que nos muestra la presencia de Holmes en Temuco,como uno de los primeros héroes cinematográficos equivalente a lo que es hoy en día Batman o Robocop :
Anuncio del Teatro Edén,ubicado en el costado oriente de la Plaza Anibal Pinto,que publica para el día miércoles 9 de abril de 1913 una película de Sherlock Holmes.
CUENTO
El caso de la Reina de la Primavera
(Sherlock.Holmes y el Poeta Laureado)
por Enrique Robertson A.
A Carlos Jara(Q.E.P.D.) .(Ver notas*
al final del texto).
Cuando cumplí doce años, poco después
de haber comenzado a cursar el primer
ciclo de las humanidades, heredé unos viejos tomos primorosamente empastados
que habían permanecido años guardados bajo llave en un mueble de libros de mi
abuelo. Se trataba de las aventuras de Sherlock Holmes. Con gran interés leí
todas las aventuras del celebérrimo detective contadas magistralmente por el
inefable Dr. Watson. Y confieso que quedé tan impresionado como él, de los
notables logros que su entrañable amigo obtenía aplicando sus infalibles
métodos.Un año más tarde, por motivos a los que me referiré más adelante,
escribí una carta a Sherlock Holmes, llamado el sabueso londinense. Escribí,
pues, una carta al sabueso. Como otra afición mía era la filatelia, elegí unas
hermosos sellos de correo aéreo para pegarlas cuidadosamente al sobre con borde
tricolor. Pedí en la ventanilla del Correo Central de Temuco que el matasello
fuese bien legible, pero sin dañar las estampillas. La señora del correo me
conocía porque no era la primera vez que le pedía lo mismo cuando escribía a
otros filatélicos de mi edad para intercambiar sellos; por eso, lo único que le
llamó la atención fue el nombre y dirección del destinatario: Mr. Sherlock
Holmes, Baker Street 221-B.London. United Kingdom. Sonriendo, me felicitó por
la ocurrencia y cumplió con todo cuidado con mi pedido. Pero la idea no era
original. Si le escribí fue porque leí en una revista de aquellos años que
mucha gente hacía lo mismo; le escribía a Sherlock Holmes planteándole los problemas
mas diversos. Y eran tantas las cartas que recibía el famoso detective en su
mundialmente conocida dirección, que el correo británico les daba a esas cartas
un trato muy especial. Ahora, más de medio siglo después, creo que eso
significaba que la Post office de Londres las incineraba de inmediato. Pero
entonces entendí que el servicio de correos de la City of London se las hacía
llegar con especial cuidado y celeridad. Para mí, tratándose de importantes
casos cuya pronta solución era de extrema urgencia, la razón para que esto
fuese así era clarísima. Era lógico pensar, sin necesidad de analizar ni
colegir absolutamente nada, que la información epistolar enviada desde todo el
mundo al gran investigador, obligatoriamente debía llegar a sus manos en la
forma más rápida y segura posible. El postman, especialmente elegido por la
central británica de correos para cumplir con la tarea de repartir la
correspondencia en el sector de la City en la que se encuentra la Baker Street,
debía velar celosamente por que las cartas destinadas al sin par detective le
llegasen sin contratiempos. Debido a la noble tarea asumida por el inefable Dr.
Watson, de dar a conocer públicamente algunos graves asuntos resueltos por su
amigo Holmes, se sabía en las islas británicas –y en todo el orbe- que los
casos que el detective aceptaba para investigar de inmediato, solamente eran
aquellos cuya relevancia requería que él iniciase la indagación sin perder ni
un minuto.Por eso, sabiendo que no era ese mi caso –quiero decir, del caso que
le exponía en mi carta- puse destacadamente en una esquina del sobre, que lo
mío era algo muy importante, pero no extremadamente urgente. Con esa señal, sin
restarle connotación a mi carta –cuyo contenido era una difícil consulta al
cerebral investigador- quería darle a entender que podía tardar algo más de lo
habitual en ocuparse de ella; que su urgencia no era tanta como la de muchas
otras que le llegaban del extranjero. El cartero -si leía mi nota- no tendría
que correr a entregar a Baker Street mi carta remitida desde el otro extremo
del mundo; y el destinatario podría abrirla y leerla con toda calma, sin tener
que apresurarse a darle inmediata respuesta. Esto último podría hacerlo con
toda parsimonia, tranquila y sobre todo asesadamente; cuando tuviese suficiente
tiempo para ello. Reitero que, tomando en cuenta los intereses del detective
consultor y las raras características del caso, mi clara intención era conceder
a Sherlock Holmes un plazo algo más prolongado para pensar y responderme.
Consideré que esto era astuto y prudente, para evitar que por innecesarias
prisas fuesen a quedar cabos sueltos. En mi carta le indicaba que se podía
tomar tiempo para contestar; pero rogándole que lo hiciese a más tardar tres
meses después de recibida mi consulta. Estábamos en el mes de abril cuando mi
carta voló desde Temuco por correo aéreo a Europa. Calculé ese día que si todo
funcionaba a la perfección, contando el tiempo que las misivas requerirían para
el vuelo de ida y vuelta a Inglaterra, y agregando además una semana de gracia
para imprevistos, la carta con la inteligente y bien fundamentada respuesta que
esperaba recibir de Holmes, me llegaría a eso de mediados de agosto. O a fines
de Julio -del mismo año, claro- porque podía ser que el cartero inglés hiciese
caso omiso de la señal puesta por mí en el sobre; y que, en cuanto mi carta
llegase a Londres, se la llevase a Holmes con la prontitud que le era habitual.
Porque para eso estaba adiestrado y así se lo exigía el severo reglamento de la
British Post.En cambio, Holmes tomaría en cuenta dicha señal. De eso no se
podía dudar. Él tomaba en cuenta todo tipo de señales; ello era precisamente su
fuerte.Me lo imaginé sentado ante su gran escritorio, examinando bajo una
poderosa lupa, un rarísimo objeto encontrado en el lugar de un misterioso
crimen.En ese momento, tocan a la puerta del apartamento que comparte con el
Dr.Watson.Adelante, Sra. Hudson –dice- porque de inmediato ha identificado el
sonido que hace el nudoso puño de su ama de casa, cuando golpea a la puerta de
su pieza de trabajo. Que, como sabemos, es una amplia habitación con ventanas a
la calle, que también es salón de estar con cómodos sillones, chimenea y
biblioteca. Allí recibe a sus clientes; casi siempre en presencia de Watson, su
amigo, admirador y cronista de sus aventuras.La Sra. Hudson sabe que la
deducción de que es ella quién ha golpeado la puerta, no le ha costado ningún
trabajo intelectual al famoso detective. Porque, antes de subir, desde el pié
de la escalera le ha preguntado -en voz alta, por no decir a gritos- si quería
hoy -por fin, aunque fuese una miserable vez- bajar él mismo a buscar el
paquete de cartas que le ha llegado ese día, y que -como es cotidiano- pocos
segundos antes ha pasado a dejarle el cartero. Además, la Sra. Hudson sabe que
Holmes la ha oído refunfuñar y resoplar subiendo la escalera, diciendo entre
dientes y por diezmilésima vez, que subirle el correo, de lunes a sábado -todos
los santos días del año, y desde hace innumerables décadas- no está incluído
como obligación suya en el contrato de arriendo; que por desgracia -dice ella-
le firmó con carácter de indefinido a fines del S. XIX.Watson –que no ha visto
ni oído nada- sale de su dormitorio –que ha hecho insonorizar totalmente para
no oír el violín que a diario toca Holmes con toda estridencia- y entra en ese
mismísimo instante al salón. Y vuelve–también como es habitual y cotidiano
desde hace muchas décadas- a quedar admirado, por no decir pasmado, del
increíble poder deductivo de su entrañable amigo.Cómo es posible –se pregunta
estupefacto- que Holmes, sentado como está ante su escritorio, de espaldas a la
puerta cerrada y sin dejar de mirar lo que examina bajo la lupa, sin titubeo
alguno pueda decir: ‘‘Adelante, Sra. Hudson“, al oír que alguien -que él no vé-
golpea a la puerta?. Esto es algo que para Watson linda en la brujería. Porque,
en efecto, cuando la puerta se abre, ¡es ella -la Sra Hudson- la que entra!.Y
luego, siempre sin darse vuelta ni levantar la cabeza, el detective agrega:
‘‘Haga usted el favor de entregar esas cartas al Dr. Watson, Sra. Hudson.
Muchas gracias y que tenga usted un muy buen día“. Asombroso, ¡porque es
cierto!. Ella, tal como ha deducido Holmes sin mirarla, trae un montón de
cartas, que entrega a Watson sin decirle ni una palabra. Ni mirarle tampoco.
Porque, lo que hace la Sra Hudson mientras extiende los brazos hacia él para
hacerle entrega del paquete de cartas, es mirar, muda y furibunda, en otra
dirección. Fijamente mira ella la nuca del detective; que, aparentemente
imperturbable, no se ha movido de su escritorio. Éste, sin embargo, con un
sexto sentido muy desarrollado en él, nota la mirada con que ella quisiera
perforarle el cráneo en la región occipital; intención que hasta a Watson
resulta evidente. Lo que también le deja extremadamente asombrado; y, además,
anonadado. Porque lo que vé en ese tenso momento le permite deducir que lo que
fervientemente desea la buena señora Hudson, es.... ¡asesinar a Holmes!. ¡Algo
inédito e inaudito en la historia del crimen!.Watson no acaba de salir de un
tremendo asombro, cuando cae en otro mucho mayor.Cuando el ama de casa sale
furiosa cerrando la puerta tras de sí, Holmes gira por fin en su asiento –que
para eso es giratorio- y dice en voz muy baja: „Por favor, no se enfade conmigo
hasta ese extremo Sra. Hudson; le prometo una vez más –y ésta vez muy en serio-
que mañana bajaré personalmente a buscar las cartas que me lleguen“. Ella,
claro, no le oye; porque la puerta se ha cerrado. Y porque, taconeando con
fuerza en la escalera, llega ya a la planta baja. Luego sucede algo que a
Watson -que de pié y estupefacto en medio del salón sostiene en sus manos el
paquete de cartas- hipnotiza y termina por convencer de que su amigo Holmes
posee sobrenaturales poderes de adivinación; y de mando.„Watson –le dice-
hágame usted el favor de coger el tomo de la letra C de la Enciclopedia
Británica. Ábralo en en las páginas en las que aparece información acerca de
Chile, República de Chile. Luego, separe usted la primera carta del montón que
le ha entregado la Sra. Hudson. Me refiero a esa en el sobre de correo aéreo
con borde tricolor; la que está encima de todas las cartas que tiene usted en
sus manos. Bien. Deposítela usted entre las páginas abiertas de la
enciclopedia. Muy bien. Cierre ahora el tomo y vuélvalo a su sitio, por favor.
Esa carta que usted amablemente ha colocado para mí en ese tomo, es una que
leeré después, cuando tenga más tiempo que hoy. Ahora, le ruego que abra el
resto de las cartas y vea si hay algo que requiera nuestra inmediata intervención.
Yo, entretanto, encenderé mi pipa; y, mientras fumo, meditaré sobre un
importante asunto. Gracias querido Watson.“.Y Watson, que ha comprobado que la
carta que le ha indicado el gran detective, efectivamente procede de la
República de Chile y ha llegado por correo aéreo, no logra articular palabra;
¡se ha quedado asombrado y mudo, patitieso de admiración!.Lo cual no deja de
llenarme de orgullo. Porque, sin necesariamente ser un Sherlock Holmes, el
lector ya habrá deducido, o adivinado, que se trataba de mi carta; que hace más
de medio siglo llegó desde la calle Lynch de Temuco (República de Chile) a
Baker Street de Londres (United Kingdom). En mi onírica y permanente
comunicación con el domicilio y despacho de Holmes, nunca me he podido enterar
de cómo hizo éste para saber que le señalizaba en una esquina del sobre que
podía tomarse la cosa con toda calma. ¿Había quizá un espejo retrovisor en su
escritorio –o en su lupa- que le hacía posible ver a sus espaldas lo que se
reflejaba en otro espejo; quizá uno pegado al techo?. No lo sé. Pero lo que sí
parece claro, es que entonces su intención fue actualizar su información acerca
de Chile antes de leer la carta. Seguramente nuestro país no le era muy
conocido, y quería saber qué se decía de él en la enciclopedia. Por lo que se
sabe, Holmes estuvo una vez en Sudamérica, en Río de Janeiro. Pero, claro, como
durante algunos años no se supo nada de su paradero, no es imposible –digo yo-
que también hubiese estado en Chile. En todo caso, es evidente que podía reconocer
desde un par de metros de distancia, un sobre aéreo ornado con el tricolor
patrio. El lector dirá que no hay diferencia entre un sobre aéreo chileno y
otros, de otros países, de papel blanco o celeste, que también van ornados en
los bordes con rombitos rojos y azules. Concedido; pero el hecho es que
Sherlock Holmes reconoció el sobre chileno desde lejos. Para eso emplea sus
asombrosos métodos, ¿no?. No vamos a discutir lo indiscutible; son ya
muchísimas las veces que Holmes ha demostrado de lo que es capaz con la
infalible aplicación de ellos.Seguro de que había recibido mi carta más o menos
dos semanas después de que se la envié, pasadas otras tres comencé a esperar
pacientemente su respuesta. Como ya quedó dicho, no esperaba que me contestase
a vuelta de correo; pero, suponiendo que el caso y la consulta le fuesen de
gran interés, o porque requiriese más datos, cabía la posibilidad de que lo
hiciese.Ahora pienso que en mis cálculos no consideré que los inmortales como
él, cuando se toman tiempo lo miden con otra vara. Es decir, para Holmes cuatro
o cinco décadas no son ni mucho ni muy poco; de modo que es posible que aún
reciba la respuesta suya que desde entonces estoy esperando. Lo digo porque
después de un tiempo prolongado, comencé a suponer que mi carta, todavía
cerrada y esperando ser leída, seguía escondida dentro de aquel tomo de la
Enciclopedia Británica, en la biblioteca de su despacho de Baker Street 221
B.Otra posibilidad a considerar, es la de que me haya contestado alguna vez; y
que debido a que he cambiado muchas veces de domicilio, su carta hubiese sido
devuelta al remitente; ¡o extraviado para siempre!. En todo caso, espero que
cuando alguna vez lea esto, se entere del problema que me creó hace medio
siglo; cuando, por su inexplicable negligencia, a punto estuvo de dañar
irreparablemente mi aún prepúber cerebro infantil. Porque a mis doce años de
edad yo había confiado plenamente en él; contaba con su valiosísima ayuda para
resolver un enigma que creía necesario desvelar. Para esa tarea tenía –o mejor
dicho, me había dado a mí mismo- un plazo de algo más de seis meses; que a esa
edad es un larguísimo lapso de tiempo. En esos seis meses no cambié de
domicilio; y en ese entonces las cartas no se perdían. O sea que en esos meses
de plazo que le dí, Holmes no me contestó. Elemental, ¿no?.El lector se
preguntará, quizá ya un poco mosqueado: „Pero, ¿qué clase de divagaciones hace
este tipo?. ¿De qué consultas a Holmes nos habla?. ¿Y por qué dice que a los
doce años de edad tenía que resolver no se qué enigmas detectivescos?“. Tiene
razón; quejándome de lo poco fiable que resultó ser mi admirado Holmes en ese
tiempo, me he ido por las ramas en mi relato, sin llegar a lo medular del
asunto. Procuraré elucidarlo, como acostumbra decir en estos casos un amigo
mío. La verdad es que yo, con la solución de un enigmático caso que pensaba
resolver con la ayuda de Sherlock Holmes, quería dejar más sorprendido que
Watson a mi profesor de Castellano en el Liceo de Temuco*. Lo genial de la idea
requería que para las fiestas de la primavera, o a más tardar para el examen de
fin de año, tuviese yo solucionado un problema que a dicho profesor le
atribulaba seriamente. Asesorado por Holmes, estaba yo seguro de que lograría
resolverlo. Pero, como ya expliqué, esperé en vano la respuesta del célebre
detective consultor. Pasó el invierno con sus cortas vacaciones, llegó la
primavera con sus fiestas habituales, y el fin del año escolar con sus exámenes
empezó a acercarse de manera inminente.Con la espectacular solución del muy
enigmático caso, esperaba yo obtener la nota máxima en el ramo; y otros
reconocimientos: un diploma al mérito .., una nota en el diario local..., en
fin: la fama. Por eso esperé la respuesta de Sherlock Holmes hasta el último
día de clases. Pero su carta de Londres no llegó. La nota máxima la obtuve.
Pero el enigma se quedó sin resolver; y que yo sepa, hasta hoy no se ha
resuelto.Colijo que la paciencia del lector llega a su término. Por eso, aunque
en el fondo siga aún esperando una respuesta de Londres, explicaré ahora
detalladamente, tal cómo hace casi medio siglo lo hice en mi consulta a Holmes,
de qué asunto se trataba. Y se trata, porque, repito, todavía es un enigma sin
aclarar; cómo unos cuantos otros enigmas nerudianos. ¡Neruda!, este nombre era
en mi carta una de las palabras clave; como Reina y Salutación.El hecho de que
este año se celebre el Centenario del nacimiento del famoso poeta chileno Pablo
Neruda, hace que decir lo que voy a decir, venga como anillo a un indicador
dedo; la ocasión no puede ser más propicia para actualizar la cosa. Porque
cuando consulté a Holmes, yo era alumno del Liceo de Temuco; es decir del mismo
Liceo en que cursó sus humanidades el poeta que después obtuvo el Premio Nobel.
El año escolar, uno de mediados de los años cincuenta del siglo XX, se
interrumpía, a poco de iniciado, por vacaciones de Semana Santa. Es decir,
cursaba con toda normalidad. Pero, por una tarea de castellano, aquel fue
diferente.Para las ratas de biblioteca, como eran Carlitos –un amigo y compañero
de curso mío- y yo, el nuevo profesor de castellano nos resultó especialmente
simpático; porque se daba cuenta de que éramos grandes lectores y nos hacía
sentirnos importantes por ello. Cosa nada de obvia en un curso en el que para
la mayoría, lo importante era jugar bien al fútbol. Dicho profesor*, recién
recibido en el Instituto Pedagógico, había decidido trabajar en el Liceo de
Temuco a pesar de tener muy buenas ofertas en Santiago, motivado por su interés
en estudiar a fondo todo lo tuviese que ver con Pablo Neruda. Quería conocer la
ciudad en que vivió el poeta en su juventud y los alrededores que visitó;
conversar con la gente que le conoció en sus años mozos, hablar con sus
familiares, vivir la vida del habitante de la Frontera y procurar entender todo
eso, buscar documentos, manuscritos, etcétera, etcétera. Y además, claro,
empaparse con la lluvia del sur y de la atmósfera del Liceo. Éste funcionaba en
un nuevo local, es decir no era exactamente aquél en el que estudió Neruda
-entonces Neftalí Reyes- pero daba una idea bastante aproximada acerca de cómo
debió ser aquello cuatro décadas antes.Quizá pensó el joven profesor que cabía
dentro de lo posible que sus alumnos fuesen hijos o nietos de aquellos que
fueron compañeros de Pablo Neruda en el Liceo. Pero esto no era imprescindible;
lo fuesen o no lo fuesen, podía él plantear sus preguntas acerca del poeta a
todos los alumnos del liceo, pidiéndoles que las llevaran a sus casas y a las
de sus vecinos, a familiares y amigos. Así debería ser posible encontrar a
algún antiguo liceano que le hubiese conocido de cerca. Pudo, sin embargo,
comprobar que pocos eran los encuestados que se interesaban por el tema y por
responder sus preguntas. Quizá algunos callasen porque no compartían las ideas
políticas del poeta; que, además, cumplidos sus cincuenta años y con tres
décadas de innumerables aventuras vividas en toda la tierra, residía en la
capital y ya muy contadas veces se dejaba ver por Temuco. El joven profesor
hacía lo posible por despertar el interés de todos nosotros por la vida y obra
del vate, que había sido alumno de nuestro Liceo. Una de sus preguntas, la de
si alguno de nosotros sabía donde conseguir ejemplares de un antiquísimo diario
temuquense que ya no existía, me interesó en forma muy especial porque creía
haber visto uno de ellos en el fondo de un viejo baúl. Pero en casa, me
desilusionó comprobar que no era así; no era un ejemplar del diario La Mañana
el que yo había visto. En todo caso mi búsqueda causó revuelo y pude enterarme
de varias cosas; sobre todo por informaciones que obtuve de un tío mío, que en
su juventud había escrito un par de relatos y un par de poemas; y admiraba
mucho a Neruda. A él le conté que a mi profesor de Castellano le interesaba
encontrar lo que Neftalí Reyes publicó en ese diario cuando era un quinceañero.
Y que lo que más deseaba el profesor, era dar con aquel ejemplar de La Mañana
en que se publicó Salutación a la Reina, poema con el que Neftalí ganó el
concurso de poesía de las Fiestas de la Primavera que se celebraron en Temuco
el año 1920. Más de treinta años habían pasado desde entonces. Muchos para un
ejemplar de un diario viejo, de esos que se emplean como papel de envolver, o
para encender el fuego de la cocina a leña en la frías y lluviosas madrugadas
de la capital de la frontera. Lo posible -me dijo mi tío- sería encontrar esa
poesía, recortada de ese diario; quizá estuviese ese papel por ahí, guardado
dentro de un libro. Eso no sería algo muy raro ni improbable –agregó- porque el
autor de Salutación a la Reina se hizo famoso; algunas personas debían haber
coleccionado escritos y poemas suyos publicados en los diarios locales. Veré lo
que puedo averiguar y te lo diré, me prometió. No me hice muchas ilusiones
porque nuestro profesor nos había dicho que ya había buscado por todas partes
ese poema; y que aunque había logrado encontrar algunas de las cosas que
buscaba y otras más, esa dichosa publicación, la de Salutación a la Reina,
parecía haber desaparecido. No estaba en la biblioteca del Liceo ni en la de la
Ilustre Municipalidad; ni tampoco en las más bien magras bibliotecas de los
demás establecimientos educacionales y culturales de la ciudad. En algunos
archivos privados que había podido revisar, tampoco estaba. Había visto también
cuadernos manuscritos del poeta -en poder de una hermana suya que vivía en
Temuco- pero de ese poema no había encontrado ni huellas. Y además, nadie
recordaba su texto. Muy raro era esto; era como si esa poesía nunca hubiese
existido, aunque de su existencia no se podía dudar: no en vano el joven poeta
había ganado con ella un muy glorioso primer premio. Había sido elegido, por su
Salutación a la Reina, poeta laureado de aquellas ya lejanas Fiestas de la
Primavera de Temuco. Eso se recordaba bien. Pero de la Reina de la Primavera electa
ese año, parecía que no se acordaba nadie; ésto era algo muy raro también.En
pocos días me apasionó la búsqueda de Salutación a la Reina, pero en igualmente
pocos me pareció que sería infructuosa si no contaba con una ayuda muy
especial. La de Holmes. Porque una de las pistas más importantes, de las dos
que prometían algo, conducía a Londres.Fue mi tío el que me la dio, con un
sabio y bien intencionado consejo: harás bien –me dijo- no metiéndome en
camisas de once varas; el tema no es para niños. Muy misteriosamente me explicó
que aunque la cosa era ya añeja, se había enterado por unos amigos suyos que
más valía no hacer preguntas respecto a ese tema. Sin nombrar a nadie, me dió a
entender que alguien sabía de alguien a quién molestaría que alguien llegara a
él por hacer indagaciones indeseadas. El asunto había tenido en su día, unas
muy raras connotaciones. A ese alguien en particular, que además en la
actualidad era alguien importante, no le interesaba de ningún modo que el tema
se reactualizara. Especialmente el redescubrimiento y publicación del poema
Salutación a la Reina; si es que el texto se lograba encontrar en algún sitio,
le resultaría muy incómodo, por no decir algo peor. Con mucho fundamento se
sospechaba que desde el mismo día en que se le concedió el premio al poeta por
ese poema -que lógicamente tuvo que leer en público, y que fue publicado en La
Mañana del día siguiente- el innombrable alguien aquel, había iniciado una muy
efectiva recolección del texto impreso en ese diario. Alguien decía saber, que
había comprado toda la edición de ese día. Y también el manuscrito del poema
habría caído en sus manos; diz que por comprárselo al tipógrafo, o a otro
empleado del diario La Mañana. A qué se había debido su raro y desmesurado
interés, quise saber. Mi tío me dijo que eso no se sabía; que nadie parecía
saberlo. Un inglés, que hacía mucho que había regresado a su país, habría sido
quizá el único bien enterado del asunto. Se habría tratado de un tipo que
antaño se relacionó con un grupo de jóvenes a quienes impartió clases
particulares de conversación en inglés. Fue, además, amigo del propietario del
diario La Mañana; un señor norteamericano que al parecer estaba emparentado con
el joven poeta Neftalí Reyes, por haberse casado con una familiar de éste. En
todo caso, no era mucho más lo que se sabía de ese inglés. Poco después de que,
en unas muy extrañas circunstancias, el caserón en que estaban las oficinas e
imprenta del diario La Mañana se quemara hasta los cimientos, el súbdito
británico se había ido para siempre de Temuco. Uno de sus ex- alumnos – del
cual pude saber el nombre, porque logré sonsacárselo a mi tío- había recibido,
tiempo después, noticias que el inglés le envió desde Londres; pero ello habría
sucedido por última vez en los lejanos años veinte. Le conté toda la historia a
Carlitos, mi amigo y compañero de curso, con el que comentaba lecturas y
libros; y cuando le mencioné el nombre del señor temuquense que había sido
alumno de aquél inglés, resultó que. su padre le conocía por asuntos de
negocios. Carlitos se las ingenió para que su padre, con mucha diplomacia, le
preguntara a ese señor si tenía noticias más recientes de aquel inglés. ¡La
respuesta fue afirmativa!: sabía que a comienzos del año anterior había mandado
un telegrama de condolencias por el fallecimiento de la directora del colegio
inglés, que había muerto en Temuco a una muy avanzada edad. Se enteró de ello
precisamente cuando él mismo acudió al sepelio. El telegrama había sido
despachado desde Londres. Presumía por eso que allí vivía su antiguo, y
entretanto también anciano profesor con el que muchos años antes había llegado
a tener una cierta amistad.. Carlitos me dijo que le habría gustado haber hecho
muchas más preguntas a ese señor. Sobre todo acerca de las causas del incendio
del diario La Mañana; y de lo que él pudiese saber acerca de la Fiesta de la
Primavera de 1920. Pero su padre se lo prohibió terminantemente. Carlitos tuvo
la impresión de que su padre le había hecho preguntas similares a ese señor;
algo en su actitud le hizo sospechar eso. Lástima grande que Londres quedase
tan lejos; y que no conociésemos a nadie que viviese allí para preguntarle por
ese inglés que vivió en Temuco, comentó para terminar. Desvelado esa noche
pensando en todo eso, la idea germinó; le escribí una larga carta a Sherlock
Holmes. De esto no dije ni una palabra a nadie, ni siquiera a Carlitos.
Recuerdo que en la primavera de ese año, una vez que fuimos a la estación de
ferrocarriles a recibir a unos familiares de Santiago que llegaban a visitarnos,
el corazón me dió un vuelco: ¡Sherlock Holmes bajaba de un vagón de primera
clase!. No había como equivocarse ¿quién no conoce la inconfundible figura y
los hábitos indumentarios del famoso detective?!. Y sin embargo no era él; era
un señor de origen alemán que hablaba muy bien su germánico castellano, con un
auténtico e inconfundible acento chileno del sur. Esto no fue desilusionante
para mí; no esperaba yo que Holmes viniese a Temuco a resolver personalmente el
enigma de la desaparición de Salutación a la Reina. Bastaba con una clara e
inteligente respuesta suya a mi carta; del resto, ya me ocuparía yo. Y Watson
habría podido publicar después El caso de la Reina de la Primavera, un nuevo
caso de Holmes; quizá mencionando de paso mi nombre en la trama. Pero,
elemental querido y sufrido lector; al no recibir yo esa contestación de
Sherlock Holmes, eso nunca , nunca sucedió!.
(*) Al mencionar repetidamente al
profesor de Castellano del Liceo, el autor se refiere al Profesor Luis Hernán
Loyola Guerra, internacionalmente conocido y renombrado estudioso de la vida y
obra de Pablo Neruda.
P.D. Carlos Jara (Q.E.P.D.), fue un
brillante alumno del Liceo de Hombres de Temuco, médico y psiquiatra que murió
en el exilio .El personaje "Carlitos" está inspirado en él.
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Comentario de Regina Santivañez,que me ha enviado el Dr.Robertson y que dejamos en esta entrada como testimonio.
".....presenta una interesantísima narración que atrae nuestra atención de principio a fin tratando de contactarse con Sherlock Holmes , para descifrar el gran enigma en el caso de la Reina de la Primavera y el poeta laureado.
Me llamó mucho la atención como el relato se maneja en tres tiempos: el tiempo del poeta y la reina, el tiempo de la investigación y el tiempo presente, lo que otorga vivacidad y dinamismo a la acción que se mueve entre la realidad y la ficción."
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