jueves, 7 de marzo de 2013

SHERLOCK HOLMES VISITA TEMUCO.1.







Dr.Enrique Robertson Álvarez.
Médico  psiquiatra y neurólogo  nacido en Temuco y residente en Bielefeld,Alemania.



Mi estimado Enrique Robertson Álvarez, médico  siquiatra Chileno y Temuqueño,(perdón por ocupar el gentilicio original de la ciudad de Temuco),afincado en la ciudad Alemana de Bielefeld y autor de un celebre artículo sobre Pablo Neruda llamado “El Enigma Inaugural”,me ha hecho llegar un breve cuento titulado : “El caso de la Reina de la Primavera (Sherlock Holmes y el poeta laureado)” ,después de leerlo he comprobado que entre Pablo Neruda y Sherlock Holmes tenían (y tienen ) más de una cosa en común, primero, ambos  existen por la palabra escrita y seguirán existiendo por esta,en segundo lugar los dos existieron (y existen) en una permanente lucha vital con sus creadores, en una dualidad eterna ; por  un lado Sherlock-Doyle,(el personaje y su creador) y por otro ,Neruda-Reyes,(el poeta y su nombre original ) .
Le cuento al Dr. Robertson por teléfono que estoy desarrollando un artículo sobre el nombre que adopta el poeta en 1920,no en el sentido que tan  brillantemente desarrolla él en su artículo sino a través de los fríos datos históricos que ha veces arrojan mucha luz sobre las intenciones de los personajes.Pero el tema da para mucho más …lo cierto es que realidad y ficción tienen más puntos de unión que los esperados,(otro alcance de su “ficción”,nombra en su relato a tres lagos de la zona austral de Chile,Baker,Hudson y Lynch,¿curioso no? ,lo menciono al pasar por una idea muy simple, el  concurso de marras que supuestamente debería investigar Sherlock Holmes se da en los momentos en que Gabriela Mistral vive en Temuco y se relaciona con el poeta y con Orlando Mason, recordemos  que ella provenía en ese momento desde la zona austral, más  precisamente desde Punta Arenas,region donde existen varios lagos con nombres semejantes a los mencionados en la historia de Holmes,... dejémoslo  ahí….).
De paso, leyendo  el cuento, la  memoria me trae el nombre de “La Casa Inglesa”,casa comercial en la calle Benjamín Vicuña Mackenna entre las calles General Lagos y Antonio Varas, por  el costado poniente ,donde hoy hay pequeños locales comerciales y un estacionamiento de autos.Esa casa comercial tuvo de gerente a un señor de origen inglés de apellido Holmes,en verdad se llamaba Alejandro Holmes , que  en algunos documentos de la época figura con el apellido OLMES SIN LA h y que ,como gerente de esta casa comercial se vio involucrado en un luctuoso suceso por el incendio de su tienda el día 13 de noviembre de 1913,a las diez y media de la noche.Esta se ubicaba frente a la gran casa comercial de Temuco en esos años, la  Casa Altamirano y en lo que era desde principios del siglo XX,el centro comercial de Temuco,la calle Benjamín Vicuña Mackenna.La Casa Inglesa se encontraba a cargo de Guillermo Forrester en un edificio de Lataste y Nieldbasky,como dato curioso podemos decir ,que en las casas interiores de ella vivía  Alejandro Ramirez,jefe de la policía de Temuco..Los edificios adyacentes eran :la zapatería y Talabartería de los señores Lataste y Nieldbasky y el Emporio del Té de Francisco Croxatto.Este es un dato real del año 1913 que da cuenta de los vericuetos en que la historia se escabulle a través de la ficción y viceversa.



La calle donde vivió Alejandro Holmes en Temuco.Vista de la calle Benjamín Vicuña Mackenna,entre Antonio Varas y Claro Solar,al lado izquierdo del observador u oriente de la foto los grandes hoteles de la ciudad y la Casa Altamirano,al lado derecho o poniente de la foto,la casa Menzel,que todavía sobrevive en la esquina de Vicuña Mackenna con A.Varas,luego la joyería de Otto Schmidt,el primer edificio de material de la ciudad y el sitio donde estaría la Casa Inglesa de Alejandro Holmes.Al fondo se ve la silueta de los imponentes edificios de los hermanos Lataste.





Incendio en la Casa Inglesa.La noticia del diario La Época del 14 de noviembre de 1913.

El cuento lo sitúa a mediados de los años cincuenta, cuando  también Neruda tendría unos cincuenta años y nos enfrentamos a dos misterios dignos de Holmes ;uno, la desaparición del poema ganador del concurso y segundo, la  desaparición de la identidad misma de la reina de la primavera que nadie sabe quien es.Me parece interesante primero por que el profesor de castellano que en el cuento investiga este suceso lo hace a través de las relaciones personales del poeta y se da cuenta que nadie quiere colaborar, lo mismo pasa con el caso de la reina, aquí nuevamente la ficción se acerca a la realidad, la memoria y la historia se mantiene por las personas, pero  si estas quieren olvidar ¿cómo serán recordados los sucesos?,interesante dilema,el mismo que enfrenta el investigador al tratar de reconstruir la vida del poeta en la ciudad de Temuco.


En la edición del 16 de noviembre de 1913  del diario La Época de Temuco se entrega la noticia sobre la detención del señor "Olmes"sin la "H" con la cual aparecía en la noticia del día 14 de noviembre .Cosa muy común en esos años sobre todo con los apellidos europeos.

Hay una frase de peso histórico en el cuento y es la siguiente, referida  a la poesía perdida,el narrador dice que no hay rastros de ese poema :"cómo si esa poesía nunca hubiese existido”.Esa es la gran verdad histórica que emana de este cuento, nadie  en ninguna parte dice que el premio se le da a un poema, el  premio si lo gana Neftalí Reyes,pero aquí la historia se cobra venganza del detective…pero dejémoslo ahí, disfrutemos  de este cuento tan fácil de leer y esperemos que el famoso detective venga desde Londres a interrogar a este humilde escribiente y aclare desde la perspectiva histórica , el misterio de la Reina de la Primavera del Temuco de 1920.

Pero antes una imagen que nos muestra la presencia de Holmes en Temuco,como uno de los primeros héroes cinematográficos equivalente a lo que es hoy en día Batman o Robocop :






Anuncio del Teatro Edén,ubicado en el costado oriente de la Plaza Anibal Pinto,que publica para el día miércoles 9 de abril de 1913 una película de Sherlock Holmes. 





CUENTO




El caso de la Reina de la Primavera (Sherlock.Holmes y el Poeta Laureado)
por Enrique Robertson A.
A Carlos Jara(Q.E.P.D.) .(Ver notas* al final del texto).

Cuando cumplí doce años, poco después de  haber comenzado a cursar el primer ciclo de las humanidades, heredé unos viejos tomos primorosamente empastados que habían permanecido años guardados bajo llave en un mueble de libros de mi abuelo. Se trataba de las aventuras de Sherlock Holmes. Con gran interés leí todas las aventuras del celebérrimo detective contadas magistralmente por el inefable Dr. Watson. Y confieso que quedé tan impresionado como él, de los notables logros que su entrañable amigo obtenía aplicando sus infalibles métodos.Un año más tarde, por motivos a los que me referiré más adelante, escribí una carta a Sherlock Holmes, llamado el sabueso londinense. Escribí, pues, una carta al sabueso. Como otra afición mía era la filatelia, elegí unas hermosos sellos de correo aéreo para pegarlas cuidadosamente al sobre con borde tricolor. Pedí en la ventanilla del Correo Central de Temuco que el matasello fuese bien legible, pero sin dañar las estampillas. La señora del correo me conocía porque no era la primera vez que le pedía lo mismo cuando escribía a otros filatélicos de mi edad para intercambiar sellos; por eso, lo único que le llamó la atención fue el nombre y dirección del destinatario: Mr. Sherlock Holmes, Baker Street 221-B.London. United Kingdom. Sonriendo, me felicitó por la ocurrencia y cumplió con todo cuidado con mi pedido. Pero la idea no era original. Si le escribí fue porque leí en una revista de aquellos años que mucha gente hacía lo mismo; le escribía a Sherlock Holmes planteándole los problemas mas diversos. Y eran tantas las cartas que recibía el famoso detective en su mundialmente conocida dirección, que el correo británico les daba a esas cartas un trato muy especial. Ahora, más de medio siglo después, creo que eso significaba que la Post office de Londres las incineraba de inmediato. Pero entonces entendí que el servicio de correos de la City of London se las hacía llegar con especial cuidado y celeridad. Para mí, tratándose de importantes casos cuya pronta solución era de extrema urgencia, la razón para que esto fuese así era clarísima. Era lógico pensar, sin necesidad de analizar ni colegir absolutamente nada, que la información epistolar enviada desde todo el mundo al gran investigador, obligatoriamente debía llegar a sus manos en la forma más rápida y segura posible. El postman, especialmente elegido por la central británica de correos para cumplir con la tarea de repartir la correspondencia en el sector de la City en la que se encuentra la Baker Street, debía velar celosamente por que las cartas destinadas al sin par detective le llegasen sin contratiempos. Debido a la noble tarea asumida por el inefable Dr. Watson, de dar a conocer públicamente algunos graves asuntos resueltos por su amigo Holmes, se sabía en las islas británicas –y en todo el orbe- que los casos que el detective aceptaba para investigar de inmediato, solamente eran aquellos cuya relevancia requería que él iniciase la indagación sin perder ni un minuto.Por eso, sabiendo que no era ese mi caso –quiero decir, del caso que le exponía en mi carta- puse destacadamente en una esquina del sobre, que lo mío era algo muy importante, pero no extremadamente urgente. Con esa señal, sin restarle connotación a mi carta –cuyo contenido era una difícil consulta al cerebral investigador- quería darle a entender que podía tardar algo más de lo habitual en ocuparse de ella; que su urgencia no era tanta como la de muchas otras que le llegaban del extranjero. El cartero -si leía mi nota- no tendría que correr a entregar a Baker Street mi carta remitida desde el otro extremo del mundo; y el destinatario podría abrirla y leerla con toda calma, sin tener que apresurarse a darle inmediata respuesta. Esto último podría hacerlo con toda parsimonia, tranquila y sobre todo asesadamente; cuando tuviese suficiente tiempo para ello. Reitero que, tomando en cuenta los intereses del detective consultor y las raras características del caso, mi clara intención era conceder a Sherlock Holmes un plazo algo más prolongado para pensar y responderme. Consideré que esto era astuto y prudente, para evitar que por innecesarias prisas fuesen a quedar cabos sueltos. En mi carta le indicaba que se podía tomar tiempo para contestar; pero rogándole que lo hiciese a más tardar tres meses después de recibida mi consulta. Estábamos en el mes de abril cuando mi carta voló desde Temuco por correo aéreo a Europa. Calculé ese día que si todo funcionaba a la perfección, contando el tiempo que las misivas requerirían para el vuelo de ida y vuelta a Inglaterra, y agregando además una semana de gracia para imprevistos, la carta con la inteligente y bien fundamentada respuesta que esperaba recibir de Holmes, me llegaría a eso de mediados de agosto. O a fines de Julio -del mismo año, claro- porque podía ser que el cartero inglés hiciese caso omiso de la señal puesta por mí en el sobre; y que, en cuanto mi carta llegase a Londres, se la llevase a Holmes con la prontitud que le era habitual. Porque para eso estaba adiestrado y así se lo exigía el severo reglamento de la British Post.En cambio, Holmes tomaría en cuenta dicha señal. De eso no se podía dudar. Él tomaba en cuenta todo tipo de señales; ello era precisamente su fuerte.Me lo imaginé sentado ante su gran escritorio, examinando bajo una poderosa lupa, un rarísimo objeto encontrado en el lugar de un misterioso crimen.En ese momento, tocan a la puerta del apartamento que comparte con el Dr.Watson.Adelante, Sra. Hudson –dice- porque de inmediato ha identificado el sonido que hace el nudoso puño de su ama de casa, cuando golpea a la puerta de su pieza de trabajo. Que, como sabemos, es una amplia habitación con ventanas a la calle, que también es salón de estar con cómodos sillones, chimenea y biblioteca. Allí recibe a sus clientes; casi siempre en presencia de Watson, su amigo, admirador y cronista de sus aventuras.La Sra. Hudson sabe que la deducción de que es ella quién ha golpeado la puerta, no le ha costado ningún trabajo intelectual al famoso detective. Porque, antes de subir, desde el pié de la escalera le ha preguntado -en voz alta, por no decir a gritos- si quería hoy -por fin, aunque fuese una miserable vez- bajar él mismo a buscar el paquete de cartas que le ha llegado ese día, y que -como es cotidiano- pocos segundos antes ha pasado a dejarle el cartero. Además, la Sra. Hudson sabe que Holmes la ha oído refunfuñar y resoplar subiendo la escalera, diciendo entre dientes y por diezmilésima vez, que subirle el correo, de lunes a sábado -todos los santos días del año, y desde hace innumerables décadas- no está incluído como obligación suya en el contrato de arriendo; que por desgracia -dice ella- le firmó con carácter de indefinido a fines del S. XIX.Watson –que no ha visto ni oído nada- sale de su dormitorio –que ha hecho insonorizar totalmente para no oír el violín que a diario toca Holmes con toda estridencia- y entra en ese mismísimo instante al salón. Y vuelve–también como es habitual y cotidiano desde hace muchas décadas- a quedar admirado, por no decir pasmado, del increíble poder deductivo de su entrañable amigo.Cómo es posible –se pregunta estupefacto- que Holmes, sentado como está ante su escritorio, de espaldas a la puerta cerrada y sin dejar de mirar lo que examina bajo la lupa, sin titubeo alguno pueda decir: ‘‘Adelante, Sra. Hudson“, al oír que alguien -que él no vé- golpea a la puerta?. Esto es algo que para Watson linda en la brujería. Porque, en efecto, cuando la puerta se abre, ¡es ella -la Sra Hudson- la que entra!.Y luego, siempre sin darse vuelta ni levantar la cabeza, el detective agrega: ‘‘Haga usted el favor de entregar esas cartas al Dr. Watson, Sra. Hudson. Muchas gracias y que tenga usted un muy buen día“. Asombroso, ¡porque es cierto!. Ella, tal como ha deducido Holmes sin mirarla, trae un montón de cartas, que entrega a Watson sin decirle ni una palabra. Ni mirarle tampoco. Porque, lo que hace la Sra Hudson mientras extiende los brazos hacia él para hacerle entrega del paquete de cartas, es mirar, muda y furibunda, en otra dirección. Fijamente mira ella la nuca del detective; que, aparentemente imperturbable, no se ha movido de su escritorio. Éste, sin embargo, con un sexto sentido muy desarrollado en él, nota la mirada con que ella quisiera perforarle el cráneo en la región occipital; intención que hasta a Watson resulta evidente. Lo que también le deja extremadamente asombrado; y, además, anonadado. Porque lo que vé en ese tenso momento le permite deducir que lo que fervientemente desea la buena señora Hudson, es.... ¡asesinar a Holmes!. ¡Algo inédito e inaudito en la historia del crimen!.Watson no acaba de salir de un tremendo asombro, cuando cae en otro mucho mayor.Cuando el ama de casa sale furiosa cerrando la puerta tras de sí, Holmes gira por fin en su asiento –que para eso es giratorio- y dice en voz muy baja: „Por favor, no se enfade conmigo hasta ese extremo Sra. Hudson; le prometo una vez más –y ésta vez muy en serio- que mañana bajaré personalmente a buscar las cartas que me lleguen“. Ella, claro, no le oye; porque la puerta se ha cerrado. Y porque, taconeando con fuerza en la escalera, llega ya a la planta baja. Luego sucede algo que a Watson -que de pié y estupefacto en medio del salón sostiene en sus manos el paquete de cartas- hipnotiza y termina por convencer de que su amigo Holmes posee sobrenaturales poderes de adivinación; y de mando.„Watson –le dice- hágame usted el favor de coger el tomo de la letra C de la Enciclopedia Británica. Ábralo en en las páginas en las que aparece información acerca de Chile, República de Chile. Luego, separe usted la primera carta del montón que le ha entregado la Sra. Hudson. Me refiero a esa en el sobre de correo aéreo con borde tricolor; la que está encima de todas las cartas que tiene usted en sus manos. Bien. Deposítela usted entre las páginas abiertas de la enciclopedia. Muy bien. Cierre ahora el tomo y vuélvalo a su sitio, por favor. Esa carta que usted amablemente ha colocado para mí en ese tomo, es una que leeré después, cuando tenga más tiempo que hoy. Ahora, le ruego que abra el resto de las cartas y vea si hay algo que requiera nuestra inmediata intervención. Yo, entretanto, encenderé mi pipa; y, mientras fumo, meditaré sobre un importante asunto. Gracias querido Watson.“.Y Watson, que ha comprobado que la carta que le ha indicado el gran detective, efectivamente procede de la República de Chile y ha llegado por correo aéreo, no logra articular palabra; ¡se ha quedado asombrado y mudo, patitieso de admiración!.Lo cual no deja de llenarme de orgullo. Porque, sin necesariamente ser un Sherlock Holmes, el lector ya habrá deducido, o adivinado, que se trataba de mi carta; que hace más de medio siglo llegó desde la calle Lynch de Temuco (República de Chile) a Baker Street de Londres (United Kingdom). En mi onírica y permanente comunicación con el domicilio y despacho de Holmes, nunca me he podido enterar de cómo hizo éste para saber que le señalizaba en una esquina del sobre que podía tomarse la cosa con toda calma. ¿Había quizá un espejo retrovisor en su escritorio –o en su lupa- que le hacía posible ver a sus espaldas lo que se reflejaba en otro espejo; quizá uno pegado al techo?. No lo sé. Pero lo que sí parece claro, es que entonces su intención fue actualizar su información acerca de Chile antes de leer la carta. Seguramente nuestro país no le era muy conocido, y quería saber qué se decía de él en la enciclopedia. Por lo que se sabe, Holmes estuvo una vez en Sudamérica, en Río de Janeiro. Pero, claro, como durante algunos años no se supo nada de su paradero, no es imposible –digo yo- que también hubiese estado en Chile. En todo caso, es evidente que podía reconocer desde un par de metros de distancia, un sobre aéreo ornado con el tricolor patrio. El lector dirá que no hay diferencia entre un sobre aéreo chileno y otros, de otros países, de papel blanco o celeste, que también van ornados en los bordes con rombitos rojos y azules. Concedido; pero el hecho es que Sherlock Holmes reconoció el sobre chileno desde lejos. Para eso emplea sus asombrosos métodos, ¿no?. No vamos a discutir lo indiscutible; son ya muchísimas las veces que Holmes ha demostrado de lo que es capaz con la infalible aplicación de ellos.Seguro de que había recibido mi carta más o menos dos semanas después de que se la envié, pasadas otras tres comencé a esperar pacientemente su respuesta. Como ya quedó dicho, no esperaba que me contestase a vuelta de correo; pero, suponiendo que el caso y la consulta le fuesen de gran interés, o porque requiriese más datos, cabía la posibilidad de que lo hiciese.Ahora pienso que en mis cálculos no consideré que los inmortales como él, cuando se toman tiempo lo miden con otra vara. Es decir, para Holmes cuatro o cinco décadas no son ni mucho ni muy poco; de modo que es posible que aún reciba la respuesta suya que desde entonces estoy esperando. Lo digo porque después de un tiempo prolongado, comencé a suponer que mi carta, todavía cerrada y esperando ser leída, seguía escondida dentro de aquel tomo de la Enciclopedia Británica, en la biblioteca de su despacho de Baker Street 221 B.Otra posibilidad a considerar, es la de que me haya contestado alguna vez; y que debido a que he cambiado muchas veces de domicilio, su carta hubiese sido devuelta al remitente; ¡o extraviado para siempre!. En todo caso, espero que cuando alguna vez lea esto, se entere del problema que me creó hace medio siglo; cuando, por su inexplicable negligencia, a punto estuvo de dañar irreparablemente mi aún prepúber cerebro infantil. Porque a mis doce años de edad yo había confiado plenamente en él; contaba con su valiosísima ayuda para resolver un enigma que creía necesario desvelar. Para esa tarea tenía –o mejor dicho, me había dado a mí mismo- un plazo de algo más de seis meses; que a esa edad es un larguísimo lapso de tiempo. En esos seis meses no cambié de domicilio; y en ese entonces las cartas no se perdían. O sea que en esos meses de plazo que le dí, Holmes no me contestó. Elemental, ¿no?.El lector se preguntará, quizá ya un poco mosqueado: „Pero, ¿qué clase de divagaciones hace este tipo?. ¿De qué consultas a Holmes nos habla?. ¿Y por qué dice que a los doce años de edad tenía que resolver no se qué enigmas detectivescos?“. Tiene razón; quejándome de lo poco fiable que resultó ser mi admirado Holmes en ese tiempo, me he ido por las ramas en mi relato, sin llegar a lo medular del asunto. Procuraré elucidarlo, como acostumbra decir en estos casos un amigo mío. La verdad es que yo, con la solución de un enigmático caso que pensaba resolver con la ayuda de Sherlock Holmes, quería dejar más sorprendido que Watson a mi profesor de Castellano en el Liceo de Temuco*. Lo genial de la idea requería que para las fiestas de la primavera, o a más tardar para el examen de fin de año, tuviese yo solucionado un problema que a dicho profesor le atribulaba seriamente. Asesorado por Holmes, estaba yo seguro de que lograría resolverlo. Pero, como ya expliqué, esperé en vano la respuesta del célebre detective consultor. Pasó el invierno con sus cortas vacaciones, llegó la primavera con sus fiestas habituales, y el fin del año escolar con sus exámenes empezó a acercarse de manera inminente.Con la espectacular solución del muy enigmático caso, esperaba yo obtener la nota máxima en el ramo; y otros reconocimientos: un diploma al mérito .., una nota en el diario local..., en fin: la fama. Por eso esperé la respuesta de Sherlock Holmes hasta el último día de clases. Pero su carta de Londres no llegó. La nota máxima la obtuve. Pero el enigma se quedó sin resolver; y que yo sepa, hasta hoy no se ha resuelto.Colijo que la paciencia del lector llega a su término. Por eso, aunque en el fondo siga aún esperando una respuesta de Londres, explicaré ahora detalladamente, tal cómo hace casi medio siglo lo hice en mi consulta a Holmes, de qué asunto se trataba. Y se trata, porque, repito, todavía es un enigma sin aclarar; cómo unos cuantos otros enigmas nerudianos. ¡Neruda!, este nombre era en mi carta una de las palabras clave; como Reina y Salutación.El hecho de que este año se celebre el Centenario del nacimiento del famoso poeta chileno Pablo Neruda, hace que decir lo que voy a decir, venga como anillo a un indicador dedo; la ocasión no puede ser más propicia para actualizar la cosa. Porque cuando consulté a Holmes, yo era alumno del Liceo de Temuco; es decir del mismo Liceo en que cursó sus humanidades el poeta que después obtuvo el Premio Nobel. El año escolar, uno de mediados de los años cincuenta del siglo XX, se interrumpía, a poco de iniciado, por vacaciones de Semana Santa. Es decir, cursaba con toda normalidad. Pero, por una tarea de castellano, aquel fue diferente.Para las ratas de biblioteca, como eran Carlitos –un amigo y compañero de curso mío- y yo, el nuevo profesor de castellano nos resultó especialmente simpático; porque se daba cuenta de que éramos grandes lectores y nos hacía sentirnos importantes por ello. Cosa nada de obvia en un curso en el que para la mayoría, lo importante era jugar bien al fútbol. Dicho profesor*, recién recibido en el Instituto Pedagógico, había decidido trabajar en el Liceo de Temuco a pesar de tener muy buenas ofertas en Santiago, motivado por su interés en estudiar a fondo todo lo tuviese que ver con Pablo Neruda. Quería conocer la ciudad en que vivió el poeta en su juventud y los alrededores que visitó; conversar con la gente que le conoció en sus años mozos, hablar con sus familiares, vivir la vida del habitante de la Frontera y procurar entender todo eso, buscar documentos, manuscritos, etcétera, etcétera. Y además, claro, empaparse con la lluvia del sur y de la atmósfera del Liceo. Éste funcionaba en un nuevo local, es decir no era exactamente aquél en el que estudió Neruda -entonces Neftalí Reyes- pero daba una idea bastante aproximada acerca de cómo debió ser aquello cuatro décadas antes.Quizá pensó el joven profesor que cabía dentro de lo posible que sus alumnos fuesen hijos o nietos de aquellos que fueron compañeros de Pablo Neruda en el Liceo. Pero esto no era imprescindible; lo fuesen o no lo fuesen, podía él plantear sus preguntas acerca del poeta a todos los alumnos del liceo, pidiéndoles que las llevaran a sus casas y a las de sus vecinos, a familiares y amigos. Así debería ser posible encontrar a algún antiguo liceano que le hubiese conocido de cerca. Pudo, sin embargo, comprobar que pocos eran los encuestados que se interesaban por el tema y por responder sus preguntas. Quizá algunos callasen porque no compartían las ideas políticas del poeta; que, además, cumplidos sus cincuenta años y con tres décadas de innumerables aventuras vividas en toda la tierra, residía en la capital y ya muy contadas veces se dejaba ver por Temuco. El joven profesor hacía lo posible por despertar el interés de todos nosotros por la vida y obra del vate, que había sido alumno de nuestro Liceo. Una de sus preguntas, la de si alguno de nosotros sabía donde conseguir ejemplares de un antiquísimo diario temuquense que ya no existía, me interesó en forma muy especial porque creía haber visto uno de ellos en el fondo de un viejo baúl. Pero en casa, me desilusionó comprobar que no era así; no era un ejemplar del diario La Mañana el que yo había visto. En todo caso mi búsqueda causó revuelo y pude enterarme de varias cosas; sobre todo por informaciones que obtuve de un tío mío, que en su juventud había escrito un par de relatos y un par de poemas; y admiraba mucho a Neruda. A él le conté que a mi profesor de Castellano le interesaba encontrar lo que Neftalí Reyes publicó en ese diario cuando era un quinceañero. Y que lo que más deseaba el profesor, era dar con aquel ejemplar de La Mañana en que se publicó Salutación a la Reina, poema con el que Neftalí ganó el concurso de poesía de las Fiestas de la Primavera que se celebraron en Temuco el año 1920. Más de treinta años habían pasado desde entonces. Muchos para un ejemplar de un diario viejo, de esos que se emplean como papel de envolver, o para encender el fuego de la cocina a leña en la frías y lluviosas madrugadas de la capital de la frontera. Lo posible -me dijo mi tío- sería encontrar esa poesía, recortada de ese diario; quizá estuviese ese papel por ahí, guardado dentro de un libro. Eso no sería algo muy raro ni improbable –agregó- porque el autor de Salutación a la Reina se hizo famoso; algunas personas debían haber coleccionado escritos y poemas suyos publicados en los diarios locales. Veré lo que puedo averiguar y te lo diré, me prometió. No me hice muchas ilusiones porque nuestro profesor nos había dicho que ya había buscado por todas partes ese poema; y que aunque había logrado encontrar algunas de las cosas que buscaba y otras más, esa dichosa publicación, la de Salutación a la Reina, parecía haber desaparecido. No estaba en la biblioteca del Liceo ni en la de la Ilustre Municipalidad; ni tampoco en las más bien magras bibliotecas de los demás establecimientos educacionales y culturales de la ciudad. En algunos archivos privados que había podido revisar, tampoco estaba. Había visto también cuadernos manuscritos del poeta -en poder de una hermana suya que vivía en Temuco- pero de ese poema no había encontrado ni huellas. Y además, nadie recordaba su texto. Muy raro era esto; era como si esa poesía nunca hubiese existido, aunque de su existencia no se podía dudar: no en vano el joven poeta había ganado con ella un muy glorioso primer premio. Había sido elegido, por su Salutación a la Reina, poeta laureado de aquellas ya lejanas Fiestas de la Primavera de Temuco. Eso se recordaba bien. Pero de la Reina de la Primavera electa ese año, parecía que no se acordaba nadie; ésto era algo muy raro también.En pocos días me apasionó la búsqueda de Salutación a la Reina, pero en igualmente pocos me pareció que sería infructuosa si no contaba con una ayuda muy especial. La de Holmes. Porque una de las pistas más importantes, de las dos que prometían algo, conducía a Londres.Fue mi tío el que me la dio, con un sabio y bien intencionado consejo: harás bien –me dijo- no metiéndome en camisas de once varas; el tema no es para niños. Muy misteriosamente me explicó que aunque la cosa era ya añeja, se había enterado por unos amigos suyos que más valía no hacer preguntas respecto a ese tema. Sin nombrar a nadie, me dió a entender que alguien sabía de alguien a quién molestaría que alguien llegara a él por hacer indagaciones indeseadas. El asunto había tenido en su día, unas muy raras connotaciones. A ese alguien en particular, que además en la actualidad era alguien importante, no le interesaba de ningún modo que el tema se reactualizara. Especialmente el redescubrimiento y publicación del poema Salutación a la Reina; si es que el texto se lograba encontrar en algún sitio, le resultaría muy incómodo, por no decir algo peor. Con mucho fundamento se sospechaba que desde el mismo día en que se le concedió el premio al poeta por ese poema -que lógicamente tuvo que leer en público, y que fue publicado en La Mañana del día siguiente- el innombrable alguien aquel, había iniciado una muy efectiva recolección del texto impreso en ese diario. Alguien decía saber, que había comprado toda la edición de ese día. Y también el manuscrito del poema habría caído en sus manos; diz que por comprárselo al tipógrafo, o a otro empleado del diario La Mañana. A qué se había debido su raro y desmesurado interés, quise saber. Mi tío me dijo que eso no se sabía; que nadie parecía saberlo. Un inglés, que hacía mucho que había regresado a su país, habría sido quizá el único bien enterado del asunto. Se habría tratado de un tipo que antaño se relacionó con un grupo de jóvenes a quienes impartió clases particulares de conversación en inglés. Fue, además, amigo del propietario del diario La Mañana; un señor norteamericano que al parecer estaba emparentado con el joven poeta Neftalí Reyes, por haberse casado con una familiar de éste. En todo caso, no era mucho más lo que se sabía de ese inglés. Poco después de que, en unas muy extrañas circunstancias, el caserón en que estaban las oficinas e imprenta del diario La Mañana se quemara hasta los cimientos, el súbdito británico se había ido para siempre de Temuco. Uno de sus ex- alumnos – del cual pude saber el nombre, porque logré sonsacárselo a mi tío- había recibido, tiempo después, noticias que el inglés le envió desde Londres; pero ello habría sucedido por última vez en los lejanos años veinte. Le conté toda la historia a Carlitos, mi amigo y compañero de curso, con el que comentaba lecturas y libros; y cuando le mencioné el nombre del señor temuquense que había sido alumno de aquél inglés, resultó que. su padre le conocía por asuntos de negocios. Carlitos se las ingenió para que su padre, con mucha diplomacia, le preguntara a ese señor si tenía noticias más recientes de aquel inglés. ¡La respuesta fue afirmativa!: sabía que a comienzos del año anterior había mandado un telegrama de condolencias por el fallecimiento de la directora del colegio inglés, que había muerto en Temuco a una muy avanzada edad. Se enteró de ello precisamente cuando él mismo acudió al sepelio. El telegrama había sido despachado desde Londres. Presumía por eso que allí vivía su antiguo, y entretanto también anciano profesor con el que muchos años antes había llegado a tener una cierta amistad.. Carlitos me dijo que le habría gustado haber hecho muchas más preguntas a ese señor. Sobre todo acerca de las causas del incendio del diario La Mañana; y de lo que él pudiese saber acerca de la Fiesta de la Primavera de 1920. Pero su padre se lo prohibió terminantemente. Carlitos tuvo la impresión de que su padre le había hecho preguntas similares a ese señor; algo en su actitud le hizo sospechar eso. Lástima grande que Londres quedase tan lejos; y que no conociésemos a nadie que viviese allí para preguntarle por ese inglés que vivió en Temuco, comentó para terminar. Desvelado esa noche pensando en todo eso, la idea germinó; le escribí una larga carta a Sherlock Holmes. De esto no dije ni una palabra a nadie, ni siquiera a Carlitos. Recuerdo que en la primavera de ese año, una vez que fuimos a la estación de ferrocarriles a recibir a unos familiares de Santiago que llegaban a visitarnos, el corazón me dió un vuelco: ¡Sherlock Holmes bajaba de un vagón de primera clase!. No había como equivocarse ¿quién no conoce la inconfundible figura y los hábitos indumentarios del famoso detective?!. Y sin embargo no era él; era un señor de origen alemán que hablaba muy bien su germánico castellano, con un auténtico e inconfundible acento chileno del sur. Esto no fue desilusionante para mí; no esperaba yo que Holmes viniese a Temuco a resolver personalmente el enigma de la desaparición de Salutación a la Reina. Bastaba con una clara e inteligente respuesta suya a mi carta; del resto, ya me ocuparía yo. Y Watson habría podido publicar después El caso de la Reina de la Primavera, un nuevo caso de Holmes; quizá mencionando de paso mi nombre en la trama. Pero, elemental querido y sufrido lector; al no recibir yo esa contestación de Sherlock Holmes, eso nunca , nunca sucedió!.

(*) Al mencionar repetidamente al profesor de Castellano del Liceo, el autor se refiere al Profesor Luis Hernán Loyola Guerra, internacionalmente conocido y renombrado estudioso de la vida y obra de Pablo Neruda.


P.D. Carlos Jara (Q.E.P.D.), fue un brillante alumno del Liceo de Hombres de Temuco, médico y psiquiatra que murió en el exilio .El personaje "Carlitos" está inspirado en él.

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Comentario de Regina Santivañez,que me ha enviado el Dr.Robertson y que dejamos en esta entrada como testimonio.
".....presenta una interesantísima narración que atrae nuestra atención de principio a fin tratando de  contactarse con Sherlock Holmes , para descifrar el  gran enigma en el caso de la Reina de la Primavera y el poeta laureado.
  Me llamó mucho la atención como  el relato se maneja en tres tiempos: el tiempo del poeta y la reina, el tiempo de la investigación y el tiempo presente, lo que otorga vivacidad y dinamismo a la acción que se mueve entre la realidad y la ficción."